Todavía recuerdo cuando la recogimos de la calle, tan jovencita, tan jovial. No hacía más que saltar y brincar cuando bajábamos a verla al garaje. En casa estaban los gatos y no se llevaban muy bien. Pero poco a poco, cuando decidimos quedárnosla, cansados de buscar al dueño del que se hubiera perdido, subió a casa y los gatos y ella empezaron a dejarse observar, oler... así hasta que la convivencia fue perfecta. Así hasta hoy...
Ella, que vio morir a Gandhi, y a Isis, y a Luna, hoy les acompaña allí donde estén, porque ellos también tienen cielo, claro que sí. También hay un huequito para ellos allá arriba, en donde estaran confortables y calentitos y rodeados de miles de amigos.
Aquí no la olvidaremos, y la echaremos de menos, mi madre cuando le daba su primer paseo, mi padre cuando se la llevaba a buscar a mi madre al mercado, mi hermana cuando la cogia en brazos mientras veía la tele, mi hermano cuando se la llevaba a dar paseos o jugaba con ella tirándola ese muñeco que pitaba tanto al morderlo, nosotros cuando llegabamos a casa y se nos subía encima, todos... hasta los vecinos cuando al estallar los petardos o los fuegos artificiales en la calle ella se ponía a ladrar. Son muchos recuerdos los que se quedan y mucha alegría la que nos ha dado. Eso es lo que debemos quedarnos de ella.
¡Hasta siempre Cora!
Y mientras... el dulce sabor del día... una imagen en blanco y negro, una ilusión puesta en nuestras retinas por primera vez, y es que... como dice mi Paco: "Esto es increible".
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