21 mayo 2008

Fragmento

Había allí un hombre y una mujer, ambos jóvenes. El estaba todavía echado y ella acababa de sentarse al borde de la cama. Me sorprendió ver la enorme cantidad de destellos rosados y también de resplandores violeta que se arremolinaban a su alrededor. Era la señal de que se amaban con un amor verdadero... Entonces, no fue hasta entonces... ¿cómo deciros?, fue en ese momento cuando pude contemplar libremente sus rostros.. y eso me causó un impacto tan dulce..., tan inexplicable... tenía ganas de decirles: "¡Sí, eso es, sois vosotros!" Reconocía esos rostros, ¿sabéis?, eran los de mis sueños, aquellos a los que había respondido sí sin saber demasiado a qué correspondía. Desde entonces estoy convencida de que algo profundo, antes de ese encuentro, me unía a ellos.

Mis amigos no han querido decirme nada sobre este asunto. De todas maneras, ellos saben lo que hacen y sin duda está bien así. Sólo me han indicado algo que es preciso que yo os repita porque concierne a todos los hombres y mujeres que se aman, y a los que todavía no saben que se aman.

"Me dijeron...: "Rebeca, cuando una pareja se ama y su amor físico les lleva a concebir un hijo, el hombre y la mujer ignoran generalmente que su alianza carnal ya ha sido sellada más allá de sus cuerpos... mucho antes de su acto."

¿Cómo es eso? pregunté yo entonces.

"Muy sencillo. Tú sabes que durante el sueño las almas abandonan sus cuerpos y se encuentran en lugares que ellas se confeccionan. Allí dan libre curso a sus esperanzas, a sus deseos, también a sus temores. Pues bien, en lo que concierne a la concepción de un niño, ocurre lo mismo. El acto de procreación tiene siempre lugar en el cuerpo del alma unos tres meses de tiempo terrestre antes del acto físico. Incluso si el encuentro todavía no ha tenido lugar, las almas saben de que se trata..."


Fragmento perteneciente a Los Nueve Peldaños, de Anne y Daniel Meurois-Givaudan

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